Despidiendo los sueños

Aún estaban durmiendo en su sueño mezquino los brotes de aquellas flores, bajo el gélido aliento del invierno que se hacía más severo en los rincones. Se sentía la niebla haciendo su último intento por abrazar los pasos de aquel forastero, por retener sus letras de poeta en las empedradas calles de aquella triste ciudad.

La madrugada todavía vestía lúgubre y contraída, pareciera que no llegaría a tiempo para la última despedida, y en verdad no lo haría. Palpitaba en su centro el deseo de desviar sus huellas por unas cuantas avenidas  opuestas a ella, para no ir de frente al destino y saltarse el tormento del dolor insonoro de aquellas palabras: «Aquí te estaré esperando»

No, no quería marcharse así, tampoco quería hacer de ese sueño gris su suerte y consuelo… y volver. Pero había que hacerlo sin miedo, aunque ya todos los minutos los marcara el destiempo, había que hundir una vez más la lágrima de cristal en el océano de su pecho… y a ella.

A lo lejos nadie le verá y aun recordándole nadie le encontrará, escuchará su voz guardando la esperanza de reencuentro, pero jamás le verá volver aunque los fantasmas de papel se paseen por el puerto, con su sombra y su andar, con su único y fiel recuerdo.

A lo lejos sonará un murmullo sordo de palabras frías y morderá la muerte su soledad tan vacía, bañará sus mejillas la sal de la pérdida y susurrará que el tiempo no ganó, ni el miedo, ni la tristeza de arena y ceniza… ganó el silencio de la calle sin nombre donde aquel forastero dijo adiós y sólo el eco respondió… donde ella le esperaba para no decir adiós y sólo llegó la mañana.

Ana Isabel
San Miguel, El Salvador
22/11/2016